El equipo de la Fundación del
Español Urgente (Agencia Efe y Banco Bilbao-Vizcaya), nombre sugerente que nos
lleva a preguntarnos cuáles son las urgencias de una lengua, ha elegido como
palabra del año 2017 el neologismo aporofobia, acuñado por la profesora
y filósofa Adela Cortina, en cuyos trabajos de ética siempre ha abordado la
vida cotidiana en las sociedades democráticas, mostrando una crítica hacia el
comportamiento de la sociedad civil y sus hábitos: consumo y consumismo, la
práctica ciudadana, la ética de la empresa o la convivencia en la diferencia.
El pensamiento
de Adela Cortina no deja indiferente a aquellos quienes gozan de un mínimo de
sensibilidad social. Ya en 1994 sorprendió a sus lectores con el concepto de
democracia radical, lo que, según su autora, podría ser un sistema que “tuviera
en cuenta a los hombres concretos, raíz de todas las construcciones sociales, y
olvidados, sin embargo, en la mayoría de ellas” (1994: 30). Se hace evidente
que los avisos de Cortina en los tempranos años noventa, del peligro de poner por
encima de los seres humanos los datos
macroeconómicos o financieros, no eran producto de las ansias de una autora con una vasta formación
humanística que reclamaba mayor terreno en el espacio público para las
humanidades; la crisis del 2008, de la que todavía muchos países del primer
mundo no se recuperan y que ha dejado profundas repercusiones en amplios
sectores de las clases populares europeas y estadounidenses, le dio la razón.
Hace unos
años, la sociedad española se vio conmovida cuando una pareja de adolescentes
de clase alta entraron a un cajero automático a sacar dinero y descubrieron a
una persona sin techo durmiendo en él: los jóvenes, con el dinero que habían
obtenido de la máquina, se fueron a la gasolinera más cercana, compraron un
galón de combustible, volvieron al local, rociaron a la mujer que yacía
acurrucada entre mantas medio sucias y le acercaron un fósforo. ¿Cuál era el
motivo? La fobia a la pobreza que los llevó a cometer un delito de odio. Lo peor es, quizás, que este no es un
fenómeno aislado y el maltrato constante que padecen los indigentes en los
parques españoles es un fiel testimonio de esta afirmación.
En su libro Aporofobia, el rechazo al pobre. Un desafío
para la democracia (2017), Cortina compara
esta actitud con el racismo y la xenofobia y la analiza desde la noción de mal radical que según Emanuel Kant
aparece cuando el ser humano no obedece a la razón. Repasa las justificaciones
ideológicas que llevan a la sociedad a inventarse miles de excusas para no
admitir que se es aporofóbico, de tal manera que se avalan determinados
comportamientos.
Foto del archivo de La Prensa
Todo lo anterior nos lleva a preguntarnos ¿somos los nicaragüenses aporofóbicos? Pareciera una paradoja que un país con el 39% de la población viviendo en la pobreza,
alimentara sentimientos excluyentes que le
llevaran a repudiar a las personas pobres por su fealdad, suciedad, ignorancia
y comportamientos reprobables ocasionados por la falta de educación. Sin embargo, una sociedad heredera de
trescientos años de colonialismo, estructurado en una férrea pirámide social
tiene que conservar en las estructuras profundas de su consciencia colectiva algunas de las ideas que justifiquen
actitudes de repelencia hacia el pobre. En el siglo XIX, ya en el período de la
post-independencia, no estaba permitido que los indios y los negros caminaran
sobre las aceras o llevaran vestidos similares a los de las clases altas, la
cotona o el huipil era el atavío propio de este grupo social. Los gremios de
artesanos tenían prohibido ponerse levas o sacos y sólo podían portar camisas
de manga larga que se abotonaban hasta el cuello.
La aporofobia
en nuestro país se manifiesta no solo a nivel individual, sino también en un
rango institucional cuando no se legisla para las mayorías y el progreso se cristaliza pensando en los intereses de los que se
encuentran en lo más alto de las élites sociales. Un ejemplo diáfano de ello
puede ser, otra vez, el tema de las aceras en una ciudad como Managua, la
cruel. Si el 60% de la población se moviliza en transporte público o a pie ¿por
qué no existe una preocupación fehaciente por dotar de aceras a toda la ciudad?
¿Por qué se continua con el modelo urbanístico que conecta a la ciudad por
medio de “pistas” carentes de aceras? ¡Por qué padecemos del peor sistema de transporte público del Universo y más allá? La respuesta es sencilla, porque no se
piensa en la mayoría, pobre.
La cultura de
la desatención social, por ejemplo, a las personas mayores es otra demostración
clara de aporofobia institucional: siendo que una persona cuando se jubila
disminuye sus ingresos, se empobrece en un momento de su vida en que debe
incurrir en mayores gastos que le ayuden a enfrentar los asuntos de la salud y
la edad como son los lentes, el cuidado bucal, la ingesta de medicación; en
algunos casos las personas mayores necesitan aparatos ortopédicos que le ayuden
a caminar. Si consideramos que por ser viejos no tienen necesidades de
recreación y deben de estar confinados en sus casas y desatendidos en esas
necesidades elementales, estamos siendo excluyentes y aporofóbicos porque como
sociedad, no concebimos que, a pesar de los años y de sus restricciones
económicas, pueden participar de la vida pública.
En muchos
casos, la indigencia y la salud mental van de la mano. ¿Quién no ha visto en cualquier
ciudad de Nicaragua a una persona que grita y “se pelea” con alguien
imaginario? ¿Cuál es nuestro primer gesto…? El abandono social que estos
individuos padecen es uno de los tipos de aporofobia institucional más dolorosa,
que empieza por el desamparo del enfermo que se convierte en el loco o la loca
del barrio al que los niños hostigan o tienen miedo y que acaba con la soledad
que la familia padece al enfrentarse con un problema de estas características.
Por último, en
relación a la cuestión de género cabe cuestionarse por el hecho de si en cifras
generales las mujeres tienen menos acceso a la inserción laboral, aunque sea en
el sector informal, que es el mayoritariamente acoge a la fuerza laboral
nicaragüense[1], esto
quiere decir que las mujeres son más pobres que los hombres, con el agravante
de tener que, en muchos casos, asumir las cargas familiares en solitario. Entonces,
¿la institucionalidad de la exclusión de las mujeres a nivel de la mentalidad
de la sociedad no es un fenómeno de aporofobia latente que se expresa en la
falta de políticas públicas que incidan en el sistema de valores y creencias que
se transmiten desde la institución familiar o la escuela?
Ante todo este
panorama, los medios de comunicación que cumplen con un riguroso código
deontológico tienen una misión insustituible e invaluable. La pregunta es si
gozamos de eso en Nicaragua.
La actitud
indiferente de mirar para otro lado cuando no soportamos el olor de un
indigente ¿no es el comienzo de un talante aporofóbico?
REFERENCIAS
Alaniz, Carrión y Glinding
(2015). Ingresando y avanzando. Dinámica de las mujeres en el mercado laboral
nicaragüense. Managua: FIDEG. Disponible en la red: http://fideg.org/wp-content/uploads/2017/02/Dinmica_de_las_Mujeres_en_el_Mercado_Laboral_Nicaraguense.pdf
Cortina, Adela (2017).
Aporofobia: el rechazo al pobre. Un desafío para la democracia. Barcelona:
Paidós.
Cortina, Adela (1994). “Ética
aplicada y democracia radical” en El Ciervo, nº 43 (516), pp. 30-35.
[1] Según el
estudio de Alaniz, Carrión y Glinding
(2015: 13), la inserción laboral en el sector informal para los hombres
es del 26.9% y para las mujeres del 9.6%
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