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jueves, 8 de marzo de 2018

APOROFOBIA O MIEDO A LA POBREZA EN NICARAGUA


          El equipo de la Fundación del Español Urgente (Agencia Efe y Banco Bilbao-Vizcaya), nombre sugerente que nos lleva a preguntarnos cuáles son las urgencias de una lengua, ha elegido como palabra del año 2017 el neologismo aporofobia, acuñado por la profesora y filósofa Adela Cortina, en cuyos trabajos de ética siempre ha abordado la vida cotidiana en las sociedades democráticas, mostrando una crítica hacia el comportamiento de la sociedad civil y sus hábitos: consumo y consumismo, la práctica ciudadana, la ética de la empresa o la convivencia en la diferencia.

El pensamiento de Adela Cortina no deja indiferente a aquellos quienes gozan de un mínimo de sensibilidad social. Ya en 1994 sorprendió a sus lectores con el concepto de democracia radical, lo que, según su autora, podría ser un sistema que “tuviera en cuenta a los hombres concretos, raíz de todas las construcciones sociales, y olvidados, sin embargo, en la mayoría de ellas” (1994: 30). Se hace evidente que los avisos de Cortina en los tempranos años noventa, del peligro de poner por encima de los seres humanos  los datos macroeconómicos o financieros, no eran producto de las ansias  de una autora con una vasta formación humanística que reclamaba mayor terreno en el espacio público para las humanidades; la crisis del 2008, de la que todavía muchos países del primer mundo no se recuperan y que ha dejado profundas repercusiones en amplios sectores de las clases populares europeas y estadounidenses, le dio la razón.

Hace unos años, la sociedad española se vio conmovida cuando una pareja de adolescentes de clase alta entraron a un cajero automático a sacar dinero y descubrieron a una persona sin techo durmiendo en él: los jóvenes, con el dinero que habían obtenido de la máquina, se fueron a la gasolinera más cercana, compraron un galón de combustible, volvieron al local, rociaron a la mujer que yacía acurrucada entre mantas medio sucias y le acercaron un fósforo. ¿Cuál era el motivo? La fobia a la pobreza que los llevó a cometer un delito de odio.  Lo peor es, quizás, que este no es un fenómeno aislado y el maltrato constante que padecen los indigentes en los parques españoles es un fiel testimonio de esta afirmación.

En su libro Aporofobia, el rechazo al pobre. Un desafío para la democracia  (2017), Cortina compara esta actitud con el racismo y la xenofobia y la analiza desde la noción de mal radical que según Emanuel Kant aparece cuando el ser humano no obedece a la razón. Repasa las justificaciones ideológicas que llevan a la sociedad a inventarse miles de excusas para no admitir que se es aporofóbico, de tal manera que se avalan determinados comportamientos.


                                Foto del archivo de La Prensa

Todo lo anterior nos lleva a preguntarnos ¿somos los nicaragüenses aporofóbicos? Pareciera una paradoja que un país con el 39% de la población viviendo en la pobreza,
alimentara sentimientos excluyentes que le llevaran a repudiar a las personas pobres por su fealdad, suciedad, ignorancia y comportamientos reprobables ocasionados por la falta de educación.  Sin embargo, una sociedad heredera de trescientos años de colonialismo, estructurado en una férrea pirámide social tiene que conservar en las estructuras profundas de su consciencia colectiva  algunas de las ideas que justifiquen actitudes de repelencia hacia el pobre. En el siglo XIX, ya en el período de la post-independencia, no estaba permitido que los indios y los negros caminaran sobre las aceras o llevaran vestidos similares a los de las clases altas, la cotona o el huipil era el atavío propio de este grupo social. Los gremios de artesanos tenían prohibido ponerse levas o sacos y sólo podían portar camisas de manga larga que se abotonaban hasta el cuello.

La aporofobia en nuestro país se manifiesta no solo a nivel individual, sino también en un rango institucional cuando no se legisla para las mayorías  y el progreso se cristaliza  pensando en los intereses de los que se encuentran en lo más alto de las élites sociales. Un ejemplo diáfano de ello puede ser, otra vez, el tema de las aceras en una ciudad como Managua, la cruel. Si el 60% de la población se moviliza en transporte público o a pie ¿por qué no existe una preocupación fehaciente por dotar de aceras a toda la ciudad? ¿Por qué se continua con el modelo urbanístico que conecta a la ciudad por medio de “pistas” carentes de aceras? ¡Por qué padecemos del peor sistema de transporte público del Universo y más allá? La respuesta es sencilla, porque no se piensa en la mayoría, pobre.

La cultura de la desatención social, por ejemplo, a las personas mayores es otra demostración clara de aporofobia institucional: siendo que una persona cuando se jubila disminuye sus ingresos, se empobrece en un momento de su vida en que debe incurrir en mayores gastos que le ayuden a enfrentar los asuntos de la salud y la edad como son los lentes, el cuidado bucal, la ingesta de medicación; en algunos casos las personas mayores necesitan aparatos ortopédicos que le ayuden a caminar. Si consideramos que por ser viejos no tienen necesidades de recreación y deben de estar confinados en sus casas y desatendidos en esas necesidades elementales, estamos siendo excluyentes y aporofóbicos porque como sociedad, no concebimos que, a pesar de los años y de sus restricciones económicas, pueden participar de la vida pública.

En muchos casos, la indigencia y la salud mental van de la mano. ¿Quién no ha visto en cualquier ciudad de Nicaragua a una persona que grita y “se pelea” con alguien imaginario? ¿Cuál es nuestro primer gesto…? El abandono social que estos individuos padecen es uno de los tipos de aporofobia institucional más dolorosa, que empieza por el desamparo del enfermo que se convierte en el loco o la loca del barrio al que los niños hostigan o tienen miedo y que acaba con la soledad que la familia padece al enfrentarse con un problema de estas características.

Por último, en relación a la cuestión de género cabe cuestionarse por el hecho de si en cifras generales las mujeres tienen menos acceso a la inserción laboral, aunque sea en el sector informal, que es el mayoritariamente acoge a la fuerza laboral nicaragüense[1], esto quiere decir que las mujeres son más pobres que los hombres, con el agravante de tener que, en muchos casos, asumir las cargas familiares en solitario. Entonces, ¿la institucionalidad de la exclusión de las mujeres a nivel de la mentalidad de la sociedad no es un fenómeno de aporofobia latente que se expresa en la falta de políticas públicas que incidan en el sistema de valores y creencias que se transmiten desde la institución familiar o  la escuela?  

Ante todo este panorama, los medios de comunicación que cumplen con un riguroso código deontológico tienen una misión insustituible e invaluable. La pregunta es si gozamos de eso en Nicaragua.

La actitud indiferente de mirar para otro lado cuando no soportamos el olor de un indigente ¿no es el comienzo de un talante aporofóbico?    



REFERENCIAS
Alaniz, Carrión y Glinding (2015). Ingresando y avanzando. Dinámica de las mujeres en el mercado laboral nicaragüense. Managua: FIDEG. Disponible en la red: http://fideg.org/wp-content/uploads/2017/02/Dinmica_de_las_Mujeres_en_el_Mercado_Laboral_Nicaraguense.pdf


Cortina, Adela (2017). Aporofobia: el rechazo al pobre. Un desafío para la democracia. Barcelona: Paidós.

Cortina, Adela (1994). “Ética aplicada y democracia radical” en El Ciervo, nº 43 (516), pp. 30-35.  




[1] Según el estudio de Alaniz, Carrión y Glinding  (2015: 13), la inserción laboral en el sector informal para los hombres es del 26.9% y para las mujeres del 9.6%

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